Existe una verdadera neblina, densa y oscura, acerca del origen de los Incensarios. Que hayan salido a la luz pública, las primeras referencias sobre los Incensarios datan del s. XVIII. En las cuentas presentadas por los Hermanos Mayores de la Hermandad de Jesús de la Humildad referidas a 1765 citan a los Incensarios que salen incensando las insignias de la procesión del Jueves Santo en la tarde y los remates que pagaban por hacerlo. Como se ha dicho anteriormente, esta Hermandad salía de la Capilla de la Sangre, junto al convento de San Francisco. Las mismas actas hacen referencia a la vestimenta blanca que deben lucir los hermanos, por lo que sí es extensible a los Incensarios, estos también deberían vestir de blanco.
Sea como fuere, si ya se les nombra en 1765 como un hecho consolidado (pagaban por salir incensando la procesión del Jueves Santo), es innegable que su origen es anterior.
La familia ha sido, en muchos casos, depositaria de la continuidad de la tradición durante siglos, donde los más antiguos recuerdan de pequeños a los Incensarios y como recibían esta tradición de sus padres y abuelos, como se conservaban en el seno familiar morriones antiquísimos, de más de un siglo de antigüedad, algunos conservados en el Museo de la Alcazaba, e incluso leyendas de lojeños que cruzaron los Pirineos en busca del mejor abalorio con el que adornar y engalanar su morrión.
Sea como fuere, el origen de los Incensarios hay que relacionarlo con la forma en que se celebraba la Semana Santa en tiempos pretéritos: en términos artísticos puede decirse que (la Semana Santa de Loja) fue concebida y programada como una sublime ópera-oratorio que tiene en simbiosis, la poesía, la música, la danza y la mímica de la primera, con lo sagrado, lo religioso y lo dramático de lo segundo (Rodríguez Lara, 1987). En este contexto, los Incensarios representan las dos vertientes de esta concepción, con la suma de la terrenalidad profana que otorga la religiosidad popular y sus manifestaciones festivas.
La costumbre de andar o recorrer los Monumentos era compartida tanto por fieles como por procesiones. Los antiguos desfiles procesionales deambulaban por las calles lojeñas siguiendo itinerarios que condujesen a las iglesias, ermitas y conventos, en los que se montaban vistosos altares. Puede entenderse entonces que los Incensarios eran una especie de adelantados de las procesiones que tenían el cometido de llevar incienso a los lugares por los que discurriría el cortejo, principalmente a los Monumentos y además, en lugares concretos del recorrido incensaban imágenes y emblemas. Además, a través de sus cantos, divulgaban el mensaje de la Pasión y Muerte de Jesús entre los espectadores, una especie de evangelización, muy en la línea del planteamiento de algunas órdenes religiosas, como el caso de los franciscanos. Si se hace un rastreo de la saeta primitiva en Andalucía, nos topamos con localidades donde el peso de los franciscanos (y los dominicos) en la historia social y religiosa de la ciudad ha sido considerable. Estos frailes utilizaban las costumbres del lugar en el que vivían para dar participación al pueblo y evangelizarlo mediante su participación. El lenguaje simbólico de las danzas vendría a reforzar el mensaje y hacerlo más llamativo.
Señala Juan Carlos Gómez la existencia de grabados inquisitoriales en los que se ve al reo acompañado de un turiferario con túnica y capirote. En el contexto del Jueves Santo, con la figura dominante de Jesús Preso, que la divina imagen del Preso esté acompañada por turiferarios adquiere relevancia en un contexto de absoluta teatralidad.
En definitiva, los Incensarios llevan incienso a altares e Imágenes, pero también llevan un mensaje religioso que expresan en cantes y danzas. A partir de ahí, lo religioso y lo pagano se confunden, la religiosidad popular sigue sederos propios, se mistifica, se hace libre, hasta que toma entidad propia y convierte lo que era un elemento más en un personaje con entidad propia, una auténtica institución dentro de la Semana Santa lojeña.